Cuando la ciudad de Madrid se conmueve y se desangra por todas sus ventanas y todos sus campos: desnuda, muda y serena, bajo los bombardeos y los cañonazos italianos y alemanes, ansiosos de absorber los hijos y las riquezas de España: cuando los hombres del pueblo de Madrid, los campesinos y los obreros que sienten en lo más hondo la gran tragedia de la capital de España, desesperadamente deseada y firmemente defendida; cuando a estos hombres, digo, están viviendo en las trincheras unos días inacabables de hambre, de fuego y de muerte, sin dormir; con los ojos dilatados para vigilar los movimientos del enemigo, con las ropas mojadas de barro, de sangre, de lluvia; cuando lo más digno de vivir y perpetuarse de nuestra juventud, de los que sólo anhelan el exterminio de sus verdugos para volver al trabajo de sus talleres y de sus arados y no al carguito tal y al sueldecito cual de otros, faltos de alma y exvesivos de estómago; cuando lo más digno, digo, desaparece insustituiblemente de sus puestos gloriosos de lucha: cuando la guerra está salpicando de luto el corazón de tantas madres y tantos compañeros; cuando depende de España entera que las vidas derramadas, que se están derramando y que se van a derramar no sean siempre en páramo baldío, veo, siento con pesadumbre y cólera ciudades de retarguardia ajenas, ajenas por completo, a pesar de sus aparatos de carteles y carteleros de propaganda, a la terrible verdad que nos circunda. Dentro de ellas apenas hay otras cosas que no sean carne de carnaval, fingimiento de problemas importantes, burocracia, problemillas, torpezas y mezquindades que hacer apretar los dientes y el alma.
No puede ser. Hemos de acabar con ese disfrazado fascismo de orgías, de cobardes resentidos, de señoritos que no podían serlo y lo son en cuanto pueden. La austeridad y la hombría que impone la guerra a que nos han llevado los traidores extrangerizantes, los enemigos de España y su raza, exigen a ritos depuración y desinfección de las ciudades de retarguardia. El que cree que la victoria es cosa de los demás y no suya debe recibir el duro castigo que se da a los fascistas. No es la hora de histriones. El que comercia con el pueblo, lo traiciona, lo deshonra y lo vende. Acabemos con los traficantes que hacen mercancía y escarnio del pueblo. Ennobleced vuestro aspecto, ciudades de retaguardia, dignificar vuestro corazón. No deseamos que os metáis en lágrimas, no: pedimos que ordeneís vuestro cuerpo y vuestra alegía; que observéis y arranquéis la raíz de vuestro suelo a los revolucionarios de relumbrón y a los héroes de opereta, y que sintáis la tremenda convulsión que recorre los cimientos de Madrid en vuestros cimientos. Ved al pueblo madrileño sacudido y despedazado, generoso y sangrante, con los colmillos y las mandíbulas asesinas de Hitler y Mussolini alargados hasta sus puertas, y aprended: aprended a defenderos de vuestros enemigos de la misma manera; digna y mudamente enardecidas.
Miguel Hernández
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